viernes, 31 de octubre de 2008

Retablo de alcoba.

En un rincón tu ropa olvidada,
lamentos y dudas quedaron con ella
perfume embriagador de tu cuerpo emana.

Sola en la alcoba le esperas
tus blancas torres coronadas se yerguen
ante su llegada inesperada.

Recorre pos de ti a besos tu vientre
salvaje jungla de dorados rizos
que entrega cascadas de sabor.

En la noche de tu habitación
dos bailarines danzando
gozan de su deseo.
éxtasis de sudor y fluidos
coronan la noche estrellada.


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Tú, mi batalla.

Esta noche te hago cómplice de mi fantasía,
de anhelos susurrados y miradas furtivas.

Cuatro piernas enroscadas
yacen en mi cama
y tu piel frente a la mía,
comienza la batalla.

Entremezclados deseo y lujuria
en tu cuerpo, en mi vientre,
en tu dureza, en mi centro;
nos recorren a ambos
y convierten en esclavos.

Embestidas, sabores, olores
lucha arriba y abajo
jugos desparramados
¡Territorio conquistado!.


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Mi recuerdo.

Hoy te llevo en mi recuerdo. Llevo marcada en mi piel esas caricias, esos besos, esos lametones que con cariño y pasión me brindabas.
Son tantas las cosas pasadas y vividas juntos que quizás tal vez hoy las pinte y las cubra de fantasía.
Hubo muchas veces que te interrogaba sobre qué iba a ser de nuestro futuro y tú solo me regalabas silencio. Tus ojos tristes me hacían naufragar en ese verde mar, me miraban y me escrutaban dando a entender que sabía la respuesta. Puede ser que la supiese pero no quería ni tan siquiera imaginármela.
¿Te acuerdas cuando te preguntaba qué era lo que te hacía feliz? Más silencio por respuesta.
¿Te acuerdas cuando te pregunté si me amabas? Me dijiste que sí pero que no te llenaba por completo y callabas.
Ingenua como soy aquí me hallo ante ti, con los ojos bañados en lágrimas, con el alma destrozada y culpándome por no haber hecho nada.
Hoy te llevo en mi recuerdo y ante tu losa deposito mis ilusiones destrozadas y mi corazón partido con la promesa también de darme un baño carmesí.
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Esquizos.

El 4 de marzo de 2001 el Señor X se levantó del camastro en el que intentaba a duras penas conciliar el sueño.
Se desperezó como pudo y se dirigió al escritorio; por lo menos habían tenido la delicadeza de concederle lo que había pedido, cogió papel y lápiz y se puso a escribir lo siguiente:
“Aquí me hallo en esta celda por un delito que no he cometido. Dicen que he matado a mi mujer y a mi hija y que después eché sus restos en el horno del pan de la panadería que regentamos. Yo digo que eso es falso y que él verdadero culpable anda libre. Yo le vi la cara, sé quién es, pero me dicen que estoy loco. Sé cómo es su voz, a veces la escucho en mi cabeza, si consiguiese que se callase, si consiguiese poder dormir…tal vez podría decirle a la policía lo que quieren. No les he matado, ¡no les he matado! ¡Tienen que creerme!”.

Los guardias se acercaron al Señor X y le pusieron la camisa de fuerza. Le guiaron a una sala para prepararle, le pusieron una camisa nueva y unos pantalones, le afeitaron y le peinaron. Uno de los guardias le acercó un espejo al reo, y este, al mirarse en él, dejó escapar un alarido.
- ¡Dios mío, es él, él fue quien mató a mi familia! ¡préndanlo a él, no a mí!

Los guardias miraron con lástima al sujeto y le volvieron a poner la camisa de fuerza.
Eran las doce de la noche cuando se ajustició al Señor X ; se le inoculó por vena el remedio a su locura y los hombres jugaron a ser Dios.

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